sábado, 16 de julio de 2022

LA ROTONDA

 

DOMINGUEROS

 



Verano de 1969. El despertador sonó a las seis de la mañana. Eran aquellos despertadores de timbre que despertaban a toda la familia, y que costaba un mundo pararlos. El día anterior, mamá se había preocupado de organizar la logística del viaje. Ella siempre pendiente de todo aquello que llevaríamos, por eso la noche anterior, como siempre, era la última en irse a la cama.




Esa noche, dormíamos con el olor a tortilla de patatas y filetes empanados, pero eso no era todo, gran variedad de chacinas y pan para los bocadillos, y creo recordar que había que sacar la nieve de la nevera para rellenar las neveras portátiles que utilizábamos para desplazarnos a la playa, allí en esos recipientes iban para mantenerse fresquitos el tinto la gaseosa y la cerveza.

La comida estaba preparada, ahora había que cargar el coche, un 850 de dos puertas, delante estaba el maletero, y ahí colocábamos la nevera, eso si no iban arriba en la baca, junto a la sombrilla y las butacas para toda la familia, después en la parte de atrás, pegado al cristal, iban algunas bolsas con toallas, bañadores y otros requisitos veraniegos.

Ahora, a la siete y media de la mañana, todo el mundo listo para ponernos en marcha, un domingo tirábamos para Cádiz, Chipiona y otro, tomábamos el camino de Huelva, hacia la Higuerita.

Si Ulises, en vez de emprender su especial Odisea, el rey de Ítala se hubiera puesto en marcha con toda la familia con un coche de aquella época cargado hasta arriba en dirección a la playa, Homero se hubiera tirado de los pelos.

Eran nuestros especiales fines de semana, que tanto recordamos, y donde el camino era el gran viaje iniciático de los domingueros.

Si tirábamos a Chipiona, cogíamos la carretera general, hacia las Cabezas de San Juan, y allí, en la Venta de las Tostás, parábamos para el desayuno. Y si nuestro destino era Matalascañas, en la Venta Pazo, entrando en Sanlúcar la Mayor, hacíamos nuestro avituallamiento. Entonces, no había autovías ni en una ni en otra dirección, por lo que de camino a la playa visitábamos todos los pueblos que nos encontrábamos a nuestro paso. Eso sí, con alguna parada que otra para echarle agua al coche porque se calentaba.

Si hoy, en una hora y cuarto o menos, estamos en los dos puntos geográficos del litoral andaluz, entonces en menos de dos horas o más, no llegábamos.

Ahora, una vez en nuestro punto de destino, a descargar el coche, unos las sombrillas, otros con las butacas, y otros se encargaban de cargar con las neveras. Seguidamente, se procedía al montaje de la sombrilla, alrededor de esta se colocaba una especie de tela para evitar el sol durante las horas de más calor, y ya con el bañador que traíamos desde casa, todos al agua, desde las diez de la mañana hasta las seis o las siete de la tarde, dábamos cuenta de todos los víveres que llevábamos, y de un baño tras otro, que hacían de ese día un verdadero día de playa. Ni que decir tiene que el día se iba volando, y una vez que recogíamos los bártulos, regresábamos a casa, esta vez, sin parar, a no ser que el coche precisara más agua para el radiador. Ese día todos llegábamos super cansados, eran días agotadores, y eso sí, el lunes en el trabajo, o en el colegio, todos sabían que habíamos estado en la playa por el color de nuestra piel, de nuevo nos habíamos quemado con el sol. Entre juegos y chapuzones, la crema Nivea, no daba para más.



Pero algo tendrían esos domingos, cuando sin dudarlo, y cada vez que teníamos la oportunidad, repetíamos la experiencia.

¡Eran otros tiempos!

Con afecto, y respeto,



Pepe Bejarano

todomotornews@gmail.com

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