sábado, 27 de julio de 2019

LA ROTONDA


MISTERIOSA NOCHE DE VERANO




El verano juega a nuestro favor por diversos motivos: más horas de luz, por lo que aumentan las vivencias, compartimos fiestas, un plato gastronómico que nos enloquece, o un buen vino, o un refresquito que nos atempere el cuerpo, y acompañe nuestros ratos de ocio.   Nos gusta hablar más, contar historias, pasear entre los recuerdos y desempolvar el baúl de nuestras experiencias, esos momentos que un día vivimos, pero no quisimos airear por si acaso nos tomaban por lunáticos.

Pero es que, además, no entiendo por qué parece como si fluyeran aquellas conversaciones en las que reunidos en una noche estrellada en torno a un buen ambiente los coloquios se hacen más interesantes. Cada uno cuenta aquello que les pasó, o aquellas experiencias que hace tiempo, mucho, mucho tiempo, nos ocurrió o nos contaron como algo inexplicable, misterioso, ¡o no pasó! y me hubiera gustado que pasara.


El caso es que se daban todas las condiciones necesarias para contar aquello que tantos años tuve guardado en el cajón de mi indiferencia.

Se adelantó Pedro:
¡Oídme!, aquello de “la chica de la curva” es totalmente cierto. Os puedo asegurar que un verano de hace aproximadamente 40 años, acababa de obtener el permiso de conducir. Me trasladaba con un par de amigos del pueblo de mis padres al pueblo de al lado a disfrutar de las fiestas del verano. Bueno pues de regreso, serían más o menos las dos de la madrugada, a dos kilómetros de nuestro destino, efectivamente, pudimos comprobar con nuestros propios ojos cómo esta leyenda es totalmente cierta.
¡Vamos Pedro! veníais de regreso, seguro que estabais un poco eufóricos por las fiestas, los bailes y lo que no son los bailes, ¿no sería algo que habrías soñado, y que con el tiempo lo has ido convirtiendo en un episodio real?
Podría darte la razón, amigo Luis, si no hubiera hablado de ello con mis dos amigos algunos días después. Algo que pudimos confirmar los tres y, además, ninguno podíamos creerlo una vez hablado. Prometimos ese día no contarlo nunca.
─Pero, Pedro, ¿qué ocurrió realmente?
─Aquello que todos habíamos oído con anterioridad y que ninguno podíamos creer.
Nos encontramos a una chica haciendo auto stop en el arcén de una carretera totalmente oscura, solo iluminada por las luces de cruce de nuestro coche. Tuvimos duda antes de parar, pero nos dio cosa dejarla tirada a esa hora de la madrugada en medio de la carretera. Mi amigo Lucas se bajó del coche para invitar a que la chica subiera al vehículo. Estacioné en el arcén por delante de ella. Puse las luces de avería del coche por si se acercaba otro vehículo, que nos pueda ver detenidos. Pero Lucas volvió rápidamente con la cara desencajada.
─¡Vámonos, arranca, Pedro!
─Pero ¿qué ocurre?, ¿y la chica?
─Me he acercado a ella, y cuando estaba a unos dos metros, ha desaparecido, como si se difuminara en una nube de humo.
─Lo siento, pero no puedo explicarlo. ¡Arranca, vámonos!
─Salimos pintando de allí, dejé a cada uno en sus respectivas casas, y no nos volvimos a encontrarnos hasta que no pasaron unos cuantos días. Y hasta ahora, no he comentado esta misteriosa historia absolutamente con nadie.
─Pero, Pedro, ¿no podría tratarse de una broma?, y la chica se hubiera escondido para darle un buen susto a tu amigo.
─Yo, la verdad es que no sé qué pensar, solo que los tres nos llevamos un buen susto y que borramos esta mala experiencia de nuestras vidas. Solo sé que a la chica la veía en el arcén haciendo auto stop y de pronto desapareció. Fue algo que nunca olvidaré, porque cada vez que lo pienso se me pone la carne de gallina.
Sin duda, son temas muy propicios para hablarlos en una noche veraniega a la luz de la luna, y muy cerca de la orilla de la playa, cuando el rumor de las olas hace la banda sonora perfecta de una noche que invita a remembranzas.

De pronto, cuando aún estábamos digiriendo la misteriosa experiencia que nos había contado Pedro, nuestro amigo Raúl tomo el hilo de la conversación y, con una voz casi susurrante, nos introdujo en otra nueva vivencia, donde de nuevo el coche fue protagonista…

Como ya sabéis, por mi profesión, he tenido que viajar mucho por toda España, trasladándome de un lugar a otro para poder contactar con clientes y proveedores de la firma a la que representaba.
Un día de noviembre, que prefiero no recordar, serían sobre las doce de la noche, paré en una estación de servicio a la salida de Granada, mi destino era Gerona, por eso preferí conducir toda la noche y llegar a mi cita por la mañana.
Limpié los cristales del vehículo, le puse combustible y accedí de nuevo a la autovía, dirección El puerto de la Mora, es un puerto de montaña situado en la sierra de Huétor y en terrenos pertenecientes al municipio de Huétor Santillán, en el centro de la provincia de Granada, a una altitud de 1.380 metros sobre el nivel del mar.
Cuando me fui aproximando al lugar, la noche estaba cubierta de nubes, pero no presagiaba lluvia. Por lo que seguí conduciendo mientras escuchaba un programa, en una cadena nacional, que versaba sobre misterios, creo recordar que estaban hablando sobre “avistamientos de OVNIS”, la verdad, iba muy entretenido. Cuando de pronto, en la subida al puerto, me encontré a unos 500 metros con una especie de nube baja, donde estaba a punto de adentrarme. Pensé que podría ser algo habitual sobre todo por el lugar.
De pronto, Pedro le interrumpió,
─¿No estarías sugestionándote por las historias que estabas escuchando en la radio?
─No, os he dicho que soy algo escéptico con respecto a estos temas y, la verdad, lo que sí era un hecho fue la nube en la que me adentré perdiendo prácticamente la visibilidad.
Tuve que reducir la velocidad del vehículo, ya que solo podía ver con la luz larga a pocos metros delante de mí y me iba guiando por los cuadrípticos de los quita miedo y las líneas del arcén.
Estuve dentro de la nube aproximadamente una media hora. Fueron unos treinta minutos realmente angustiosos, no veía absolutamente nada detrás de mí y por delante de forma infructuosa.
─¿No pudiste parar en ningún sitio?
─En todo ese tiempo no puede ver ninguna señal de salida, ni ninguna indicación que me orientara. Por lo que solo me quedaba seguir en dirección recta. Pero, ¡eso no fue lo peor! ¡No os lo vais a creer!
─Seguro que te encontraste con algún alienígena o algún platillo volante, ¿no?
─No, la espesa niebla se fue disipando poco a poco y, a un kilómetro aproximadamente, vi unas luces de orientación, como si me estuvieran informando que estaba a punto de llegar a un lugar más poblado. ¡Cuál fue mi sorpresa! Miré el reloj del coche, eran las tres y veintidós minutos de la madrugada y estaba leyendo un cartel informativo, MONASTERIO DE MONSERRAT. La nube me había llevado desde Granada a la Montaña Mágica en Cataluña.

Ese lugar, donde leyendas del Grial, Ovnis y de montañas huecas hacen de allí unos de los lugares más misteriosos y telúricos del planeta.
Así fue la historia, una espesa nube me llevó desde el Puerto de la Mora en Granada a Monserrat, en menos de treinta minutos. ¡Increíble, pero cierto!
¿Qué ocurrió? ¿Cómo fue posible que mi coche y yo apareciéramos a 900 kilómetros de distancia en tan breve espacio de tiempo?
No fue un sueño, amigos, eso me ocurrió a mí. Y estoy seguro que a muchos de ustedes, también, les ha ocurrido algo parecido.

Los  amigos  de Raúl se miraron unos a otros, incrédulos,  sorprendidos, fueron muchas más las preguntas que tuvo que contestar Raúl antes de que el cielo estrellado de aquel rincón de la costa empezará a iluminarse fugazmente, un centenar de estrella meteóricas pusieron la rúbrica y el punto final a esas historias que ocurren en un momento determinado de nuestras vida y que, MISTERIOSAMENTE, ocurrieron en un coche y que son especialmente entretenidas para contar en estas noches de VERANO.

Nunca sabremos si son realidad o no, pero lo importante es andar el camino,

Con afecto y respeto,

Pepe Bejarano
todomotorsevilla@gmail.com


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