MISTERIOSA NOCHE DE VERANO
El verano juega a nuestro
favor por diversos motivos: más horas de luz, por lo que aumentan las
vivencias, compartimos fiestas, un plato gastronómico que nos enloquece, o un
buen vino, o un refresquito que nos atempere el cuerpo, y acompañe nuestros
ratos de ocio. Nos gusta hablar más, contar historias, pasear
entre los recuerdos y desempolvar el baúl de nuestras experiencias, esos momentos
que un día vivimos, pero no quisimos airear por si acaso nos tomaban por
lunáticos.
Pero es que, además, no
entiendo por qué parece como si fluyeran aquellas conversaciones en las que reunidos
en una noche estrellada en torno a un buen ambiente los coloquios se hacen más
interesantes. Cada uno cuenta aquello que les pasó, o aquellas experiencias que
hace tiempo, mucho, mucho tiempo, nos ocurrió o nos contaron como algo inexplicable,
misterioso, ¡o no pasó! y me hubiera gustado que pasara.
El caso es que se daban todas
las condiciones necesarias para contar aquello que tantos años tuve guardado en
el cajón de mi indiferencia.
Se adelantó Pedro:
─¡Oídme!, aquello de “la chica
de la curva” es totalmente cierto. Os puedo asegurar que un verano de hace
aproximadamente 40 años, acababa de obtener el permiso de conducir. Me
trasladaba con un par de amigos del pueblo de mis padres al pueblo de al lado a
disfrutar de las fiestas del verano. Bueno pues de regreso, serían más o menos
las dos de la madrugada, a dos kilómetros de nuestro destino, efectivamente,
pudimos comprobar con nuestros propios ojos cómo esta leyenda es totalmente
cierta.
─¡Vamos Pedro! veníais de
regreso, seguro que estabais un poco eufóricos por las fiestas, los bailes y lo
que no son los bailes, ¿no sería algo que habrías soñado, y que con el tiempo
lo has ido convirtiendo en un episodio real?
─Podría darte la razón, amigo
Luis, si no hubiera hablado de ello con mis dos amigos algunos días después.
Algo que pudimos confirmar los tres y, además, ninguno podíamos creerlo una vez
hablado. Prometimos ese día no contarlo nunca.
─Pero, Pedro, ¿qué ocurrió realmente?
─Aquello que todos habíamos
oído con anterioridad y que ninguno podíamos creer.
Nos encontramos a una chica
haciendo auto stop en el arcén de una carretera totalmente oscura, solo
iluminada por las luces de cruce de nuestro coche. Tuvimos duda antes de parar,
pero nos dio cosa dejarla tirada a esa hora de la madrugada en medio de la
carretera. Mi amigo Lucas se bajó del coche para invitar a que la chica subiera
al vehículo. Estacioné en el arcén por delante de ella. Puse las luces de
avería del coche por si se acercaba otro vehículo, que nos pueda ver detenidos.
Pero Lucas volvió rápidamente con la cara desencajada.
─¡Vámonos, arranca, Pedro!
─Pero ¿qué ocurre?, ¿y la
chica?
─Me he acercado a ella, y cuando
estaba a unos dos metros, ha desaparecido, como si se difuminara en una nube de
humo.
─Lo siento, pero no puedo
explicarlo. ¡Arranca, vámonos!
─Salimos pintando de allí, dejé
a cada uno en sus respectivas casas, y no nos volvimos a encontrarnos hasta que
no pasaron unos cuantos días. Y hasta ahora, no he comentado esta misteriosa
historia absolutamente con nadie.
─Pero, Pedro, ¿no podría
tratarse de una broma?, y la chica se hubiera escondido para darle un buen
susto a tu amigo.
─Yo, la verdad es que no sé qué
pensar, solo que los tres nos llevamos un buen susto y que borramos esta mala
experiencia de nuestras vidas. Solo sé que a la
chica la veía en el arcén haciendo auto stop y de pronto desapareció. Fue algo
que nunca olvidaré, porque cada vez que lo pienso se me pone la carne de
gallina.
Sin duda, son temas muy
propicios para hablarlos en una noche veraniega a la luz de la luna, y muy
cerca de la orilla de la playa, cuando el rumor de las olas hace la banda
sonora perfecta de una noche que invita a remembranzas.
De pronto, cuando aún
estábamos digiriendo la misteriosa experiencia que nos había contado Pedro,
nuestro amigo Raúl tomo el hilo de la conversación y, con una voz casi
susurrante, nos introdujo en otra nueva vivencia, donde de nuevo el coche fue
protagonista…
─Como ya sabéis, por mi
profesión, he tenido que viajar mucho por toda España, trasladándome de un
lugar a otro para poder contactar con clientes y proveedores de la firma a la
que representaba.
Un día de noviembre, que
prefiero no recordar, serían sobre las doce de la noche, paré en una estación
de servicio a la salida de Granada, mi destino era Gerona, por eso preferí
conducir toda la noche y llegar a mi cita por la mañana.
Limpié los cristales del
vehículo, le puse combustible y accedí de nuevo a la autovía, dirección El
puerto de la Mora, es un puerto de montaña situado en la sierra de Huétor y en
terrenos pertenecientes al municipio de Huétor Santillán, en el centro de la provincia
de Granada, a una altitud de 1.380 metros sobre el nivel del mar.
Cuando me fui aproximando al
lugar, la noche estaba cubierta de nubes, pero no presagiaba lluvia. Por lo que
seguí conduciendo mientras escuchaba un programa, en una cadena nacional, que
versaba sobre misterios, creo recordar que estaban hablando sobre “avistamientos
de OVNIS”, la verdad, iba muy entretenido. Cuando de pronto, en la subida al
puerto, me encontré a unos 500 metros con una especie de nube baja, donde
estaba a punto de adentrarme. Pensé que podría ser algo habitual sobre todo por
el lugar.
De pronto, Pedro le
interrumpió,
─¿No estarías sugestionándote
por las historias que estabas escuchando en la radio?
─No, os he dicho que soy algo
escéptico con respecto a estos temas y, la verdad, lo que sí era un hecho fue
la nube en la que me adentré perdiendo prácticamente la visibilidad.
Tuve que reducir la velocidad
del vehículo, ya que solo podía ver con la luz larga a pocos metros delante de mí
y me iba guiando por los cuadrípticos de los quita miedo y las líneas del
arcén.
Estuve dentro de la nube
aproximadamente una media hora. Fueron unos treinta minutos realmente
angustiosos, no veía absolutamente nada detrás de mí
y por delante de forma infructuosa.
─¿No pudiste parar en ningún
sitio?
─En todo ese tiempo no puede
ver ninguna señal de salida, ni ninguna indicación que me orientara. Por lo que
solo me quedaba seguir en dirección recta. Pero, ¡eso no fue lo peor! ¡No os lo
vais a creer!
─Seguro que te encontraste con
algún alienígena o algún platillo volante, ¿no?
─No, la espesa niebla se fue
disipando poco a poco y, a un kilómetro aproximadamente, vi unas luces de
orientación, como si me estuvieran informando que estaba a punto de llegar a un
lugar más poblado. ¡Cuál fue mi sorpresa! Miré el reloj del coche, eran las
tres y veintidós minutos de la madrugada y estaba leyendo un cartel
informativo, MONASTERIO DE MONSERRAT. La nube me había llevado desde Granada a
la Montaña Mágica en Cataluña.
Ese lugar, donde leyendas del
Grial, Ovnis y de montañas huecas hacen de allí unos de los lugares más
misteriosos y telúricos del planeta.
Así fue la historia, una
espesa nube me llevó desde el Puerto de la Mora en Granada a Monserrat, en
menos de treinta minutos. ¡Increíble, pero cierto!
¿Qué ocurrió? ¿Cómo fue
posible que mi coche y yo apareciéramos a 900 kilómetros de distancia en tan
breve espacio de tiempo?
No fue un sueño, amigos, eso
me ocurrió a mí. Y estoy seguro que a muchos de ustedes, también, les ha
ocurrido algo parecido.
Los amigos de Raúl se miraron unos a otros,
incrédulos, sorprendidos, fueron muchas
más las preguntas que tuvo que contestar Raúl antes de que el cielo estrellado
de aquel rincón de la costa empezará a iluminarse fugazmente, un centenar de
estrella meteóricas pusieron la rúbrica y el punto final a esas historias que
ocurren en un momento determinado de nuestras vida y que, MISTERIOSAMENTE,
ocurrieron en un coche y que son especialmente entretenidas para contar en
estas noches de VERANO.
Nunca sabremos si son realidad
o no, pero lo importante es andar el camino,
Con afecto y respeto,
Pepe Bejarano
todomotorsevilla@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Solo comentarios relacionados con la información de la página.