domingo, 13 de agosto de 2023

CEDA EL PASO, VERANO 4/diciembre/2022

  DONDE LAS DAN, LAS TOMAN

 





Su carácter no le permitía que nadie intentara, ni por asomo, someterlo a doma. Desde muy joven, trabajó como funcionario de la Hacienda Pública, a la que gustaba llamar dezmatorio. Como tenía un vocabulario muy amplio, a veces, decía que se había encontrado un comején en lo alto de la mesa del despacho y, al comprobar la cara de sorpresa de algunos compañeros, aclaraba muy ufano que ese era el nombre de una especie de hormiga blanca americana. Cuando alguien lo tachaba de dicaz (mordaz y chistoso), él se vanagloriaba, soltándole algún dicterio que provocaba leves sonrisas de pocos concurrentes. No era indiferente a nadie. Recibía el gozo de las escasas simpatías o la acritud de las múltiples antipatías con la naturalidad más pasmosa y, si alguna vez se sentía ofendido, se desquitaba con una retahíla de palabras que la mayoría de sus compañeros no habían oído nunca. Disfrutaba pidiendo el destín a los ciudadanos que pasaban por su ventanilla para tramitar herencias. Al comprobar con satisfacción el desconocimiento del usuario, decía con sorna:

¿Trae el certificado de última voluntad?

Pero miren por donde, no muy lejos de su mesa, se encontraba la horma de su zapato el adversario ideal. Quiero, también, clarificar que su condición laboral es una mera coincidencia. No se trata de arremeter, por tanto, contra el digno ejercicio de la función pública, sino contra cierto tipo de individuo que podemos encontrar en cualquier parte.

Como este personaje cultivaba la enemistad, no tenía reparo en humillar a todo el que pudiera, utilizando su manido vocabulario que, en lugar de provocar admiración, resultaba pedante y más repetido que las enes. Volviendo a la carga, dijo:

¿Sabéis que una devanadera es el armazón que hace girar el decorado de doble cara en los teatros?

El mequetrefe, que tenía una dentadura prominente y portaba unas enormes gafas negras, fijó su perversa vista en un fornido joven que se dedicaba a realizar sus tareas con entusiasmo, haciendo oídos sordos al impertinente. El cargante, molesto por la indiferencia del muchacho, le espetó:

Tú, jovenzuelo, no me seas elato, que a presuntuoso y altivo no me gana nadie.

El joven se levantó, se acercó a él y, poniéndole la mano en el hombro, le dijo con descaro:

¿Sabes que los indignos y perversos como tú reciben el nombre de endinos, y que el lenguaje claro y sencillo ayuda a las personas a entenderse con facilidad?

Esta vez, las carcajadas fueron múltiples y hasta lograron enchicar al pedante que se alejó tapándose la cara con las manos, avergonzado de su fracaso.



Con mis mejores deseos, saludos cordiales.


Fernando Monge

4/diciembre/2022

fmongef@gmail.com

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