domingo, 26 de enero de 2020

CEDA EL PASO


                                           DESDE MI ATALAYA



Estoy sumido en una sensación extraña, como si me hubiera liberado de una atadura de la que no era totalmente consciente. No lo he hecho todo por obligación, pero durante más de tres años, el último con mayor intensidad, he estado envuelto en un compromiso que,  en algunas ocasiones, lo he puesto por encima de mis intereses personales, aunque yo también haya recibido mi cuota de beneficio. Nadie me lo ha exigido, lo he realizado con gusto y satisfacción, pero lo cierto es que, a causa de ese ajetreo, hoy y en este momento  he recordado que aún no he escrito el artículo que verá la luz el próximo domingo 26 de enero en la revista digital TODOMOTOR… No sé por dónde comenzar,  y como suelo entregarlo unos días antes de su publicación en las redes, compruebo que me queda poco tiempo para pergeñarlo y no perder la buena costumbre de ser puntual a mi cita quincenal.
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Tras un rato de lectura, dirijo la vista a la derecha. Las cortinas están descorridas y tras los cristales de la enorme puerta de corredera, observo la luz de un sol tibio y un cielo surcado por nubarrones grises y blancos que buscan la línea del horizonte. Me levanto con parsimonia y encamino mis pasos a la terraza. Deslizo la puerta de cristal, salgo al exterior y me apoyo en la baranda. La tarde, aunque algo fría, invita a una visión panorámica del entorno. Debajo del balcón y hasta la cercana carretera, están los aparcamientos del bloque, que terminan en una valla metálica. Plazas ocupadas o desocupadas en un respetuoso y meritorio orden, pues el paso del tiempo ha difuminado o, en algunos casos, borrado sus líneas divisorias.
Enfrente, el campo deportivo multiusos con césped artificial se va convirtiendo en un enjambre de ilusionados y entusiastas futbolistas dirigidos por sus entrenadores: enseñanza del reglamento balompédico, carreras, despejes de los de defensas, regates de los más hábiles, blocajes de los porteros… La amalgama de colores de las indumentarias unirá la luz del día con la luz artificial de la noche.

En el lado derecho, paralelo con los aparcamientos, se encuentra un restaurante que goza de buena fama por la variedad de sus menús: solomillos o presas a la plancha, pijotas o acedías fritas,  gambas blancas de Huelva, caracoles en los meses de mayo y junio… Entre el establecimiento y la carretera se extiende un amplio acerado ocupado por multitud de utilitarios que traen a los jóvenes y pequeños al polideportivo que está ubicado al otro lado de la calzada. Un semáforo regula el paso de los peatones que cruzan y de los vehículos que circulan. A poca altura, vuelan los aviones que buscan el aterrizaje o acaban de iniciar el despegue del aeropuerto cercano… Sonido familiar e imagen indiferente para los habitantes de la barriada, y caras de sorpresa y desagrado por el molesto ruido para los que vienen por primera vez: “¡No sé cómo pueden aguantar esto todos los días!” Exclaman algunos.

Miro hacia el paso de peatones y me digo a mí mismo: “¿Cómo no se me había ocurrido?” Y es que la contemplación de las escenas que suceden en un semáforo puede proporcionar una colección de artículos. El único inconveniente es que serían artículos tan parecidos que me vería obligado a la reiteración y a la monotonía… De todas formas, mantengo la mirada y compruebo con satisfacción que la escena que más se repite es el cumplimiento de la norma. Lo coches, furgonetas, motos y camiones se detienen cuando el semáforo se pone en rojo y los peatones que han esperado pacientemente cruzan de un lado a otro con natural tranquilidad, aunque muchos van manipulando el Smartphone. Eso ya es una mala costumbre adquirida.

Ahora, vamos con las imprudencias que podríamos llamar anecdóticas, pero que dejan de ser meras anécdotas porque se repiten con más frecuencia de la que sería menester: Cuando ya luce el disco rojo, un coche acelera, se salta el semáforo y provoca el sobresalto de las personas situadas en primera fila que profieren una gran variedad de reproches e insultos… Vía libre, pero el paso para los viandantes está en rojo; un hombre y una mujer cruzan la calzada con la mirada fija en el teléfono móvil; el conductor de una furgoneta que se acerca toca el claxon; sin perder de vista el artilugio, los imprudentes insultan al chófer y aceleran el paso… En la siguiente espera de los peatones, un joven, al que le sobran algunos kilos, inicia el paseíllo sin ningún miramiento, le siguen dos pequeños que tendrán entre 6 y 8 años; se oye un brusco frenazo y el piloto del coche azul recrimina al infractor; los cautelosos que esperan para cruzar se unen a la reprensión, pero el gallo, como si no fuera con él, camina con cierta tranquilidad y hasta se detiene para esperar a los niños.

El tiempo amenazante de ayer se ha convertido hoy en un día plomizo y lluvioso. Así que me siento delante del ordenador portátil y consigo hilvanar este artículo al que pongo punto y final.

Con mis  mejores deseos, saludos cordiales.
Fernando Monge
fmongef@gmail.com
26/enero/2019

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