EN BUSCA DE
LA FELICIDAD
Partiendo de que nosotros, un día, fuimos migrantes a Francia, o Alemania, o más allá del Atlántico. Sí, alguna vez fuimos migrantes. Cualquiera de nosotros ha conocido a un tío, una tía, abuelos, algún familiar que no tuvo más remedio que buscarse la vida en otro país porque, aquí en el nuestro, no había trabajo ni futuro en el horizonte más cercano.
Recuerdo también a los migrantes estacionales. Cuando cerrábamos las casas, allí nos íbamos en la época de vendimia. Toda la familia se trasladaba en los meses de vendimia de un sitio a otro durante el período de la recogida de la uva por tierras francesas. Otros ingresaban en las fábricas alemanas; allí se iban por un periodo determinado a realizar esos trabajos que, hoy, aquí no queremos, y son los migrantes quienes los realizan.
Lo que no es normal es que, de forma sistemática, y porque interese a distintos países africanos, se abra una veda humana y se permita que abuelos, y sobre todo niños, se suban a un cayuco y se lancen al mar en busca de la felicidad.
La mayoría, después de pagar un pasaje hacia la muerte, arriesgan su vida y la de su familia para buscar la felicidad, un trabajo, y poder comer, y para que sus hijos puedan encontrar un motivo para vivir.
No puedo entender cómo la Unión Europea o la Organización de Naciones Unidas no sancionan a países que expulsan a sus conciudadanos y los empujan a un futuro incierto.
No solo no se sanciona a estos países, sino tampoco a sus dirigentes, que pactan ayudas que sirven para sus acciones políticas y no para el desarrollo de sus pueblos, ciudades y países. No construyen un futuro en sus calles, no alientan empresas; solo buscan su propio enriquecimiento personal y el de sus familias.
Hay que actuar desde el origen, y sobre todo porque hay que apoyar la vida, la construcción de empleo y la vida en sus lugares de origen. Y que cuando lleguen a cualquier país, lo hagan con contratos de trabajo. Pero lo más importante es que su presente y futuro estén en su tierra, y puedan estudiar, formarse y crear una sociedad competitiva.
Pero no se olviden de ser solidarios y de ayudar a refugiados y migrantes. Y que entre todos podamos hacer de nuestro mundo un lugar para vivir, y no para morir, gracias a unos pocos.
Conflictos, persecuciones o desastres naturales, todo tipo de barreras físicas, políticas o legales que hacen imposible que ellos se desplacen o huyan, ¡da lo mismo! El caso es que, una vez más, seguimos cerrando nuestras fronteras, sobre todo la de la razón y la solidaridad.
El mensaje debería llegar a aquellos países desarrollados que prefieren seguir manteniendo a dictadores que cuidan de sus minas, industrias o rincones estratégicos antes que defender a personas que mueren cada día en busca de la felicidad.
Con afecto y respeto,
Pepe Bejarano
todomotornews@gmail.com
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