RESPONSABILIDAD
Cuando noviembre iba llegando a su ecuador, una ineludible gestión me obligó a salir de casa poco antes de las nueve de la mañana. Con suave temperatura y el cielo veteado de tiras blancas que se mezclaban con el color azul y enaltecían la belleza de la bóveda celeste, caminé en dirección a la parada del autobús. Mi caminar pausado me permitía contemplar cómo las hojas caducas de los árboles iban cambiando el color verde por tonos ocres, hasta convertirse en plumillas secas que caían al suelo y conformaban un reguero de ligeras alfombrillas que dejaban arrastrar su levedad por el suave vientecillo otoñal. Casi todos los transeúntes íbamos provistos de mascarillas y prendas ligeras. Muy pocos no usaban la obligatoria protección y algunos la llevaban a modo de collarín. El uso del artilugio era y es obligatorio y debe estar perfectamente colocado —cubriendo la boca, la nariz y la barbilla—, pero…
El enorme vehículo de transporte urbano, atendiendo la señal de algunos precavidos, se detuvo para recoger a los pocos que esperábamos en torno a la marquesina de cristal. Con un orden que parecía acordado, íbamos subiendo a la plataforma en la que se oían los agudos pitidos de la máquina expendedora cuando leían las tarjetas de viaje. Los asientos mostraban una alternancia de prohibición que impedía que los pasajeros pudieran sentarse unos junto a otros. Las ventanilla estaban abiertas y los que permanecían de pie procuraban guardar la distancia que la situación requería. La megafonía recordaba las normas: “Siguiendo las recomendaciones sanitarias, informamos de las siguiente medidas adoptadas: Es obligatorio el uso de mascarillas, se recomienda el pago con tarjeta, el aforo del vehículo es del 50% de las plazas sentadas…”. La mayoría de los ocupantes ejercían un sano ejercicio de responsabilidad.
La última parada me dejó en el Prado de San Sebastián, ese amplio espacio ubicado en la ciudad de Sevilla que albergó la Feria de Abril desde su creación en 1847 hasta el año 1972… Al año siguiente se trasladó al actual recinto de Los Remedios. Este espacio es colindante con la Universidad de Sevilla y con la Plaza de España, lugares que por uno u otro motivo fueron testigos de mis vivencias juveniles —alumno de la Facultad de Filosofía y Letras y soldado en Capitanía General—. La US tiene carácter público y más de ochenta mil personas integran la comunidad universitaria entre alumnos, profesores y profesionales de administración y servicio. Con más de 500 años de antigüedad, cuenta con un notable patrimonio histórico, en el que destacan siete edificios declarados Bien de Interés Cultural, miles de obras de arte y un importante archivo.
La Plaza de España es un conjunto arquitectónico que se encuentra en el Parque de María Luisa —donado a finales del siglo XIX por la Infanta María Luisa Fernanda de Borbón, segunda hija de Fernando VII y de María Cristina— El proyecto fue realizado por el arquitecto Aníbal González y es el edificio de mayor envergadura de la Exposición Americana de 1929. La plaza tiene forma semi-elíptica que simboliza el abrazo de España a sus antiguos territorios americanos y mira hacia el río Guadalquivir, como camino a seguir hacia América. Tiene un diámetro de 170 metros, una construcción realizada con ladrillo visto, amplia decoración cerámica, cuarenta y ocho bancos que representan a las provincias españolas —ninguno representa a Sevilla—, un canal cruzado por cuatro puentes y se encuentra flanqueada por dos torres que tienen 74 metros de altura, que algunos académicos no las vieron con buenos ojos porque rivalizaban con la altura de la Giralda… La misma historia de Torre Sevilla.
Al no tener una hora fijada para mi gestión —disponía de toda la mañana—, me fui recreando en las imágenes para ilustraciones postales que lucían su peculiar e inusitada belleza. Todo un relax… Bueno, casi todo. Cuando transitaba por la acera, las bicicletas y los patinetes reclamaban su espacio e invadían el mío. “¡Ten cuidado que estás pisando el carril bici!” Esa expresión y otras parecidas las oí en más de una ocasión, aunque me limitaba a apoyar tímidamente el pie cuando me quedaba sin mi espacio; pero, en cambio, algunos ciclistas y usuarios de patinetes, sin protección facial, dejaban el carril bici a una excesiva velocidad y se plantaban en la zona del acerado que se supone era para los peatones. Digo algunos, porque casi todos los que manejaban esos medios de desplazamiento eran respetuosos con su correspondiente zona, con los viandantes, con la velocidad y con el uso de la mascarilla… Un ejemplo de responsabilidad… Cómo debe ser.
Con mis mejores deseos, saludos cordiales y que disfruten del puente festivo, en la medida de lo posible.
Fernando Monge
fmongef@gmail.com
6/diciembre/2020
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