ÉRASE UNA VEZ…
El niño que desde pequeñito le
encantaba jugar con los coches. Era una diversión constante la que Pablito
tenía con ese pequeño vehículo que su padre y su madre le habían regalado por
su cumpleaños. No era nada del otro mundo. El chasis era de plástico y cuatro
ruedas que no paraban de rodar por todos los rincones de la casa.
El pequeño Pablo, a sus cinco
años, desayunaba con el coche, almorzaba y cenaba. En cualquier actividad que
realizaba el pequeño no podía faltarle su entretenido coche azul de plástico.
Un día, su padre que no le
dedicaba mucho tiempo al pequeño debido a sus múltiples actividades laborales,
se puso a jugar con Pablito y su pequeño coche azul. Los dos en el suelo del
dormitorio hicieron un circuito con pinzas de la ropa, y desplazaron
interminablemente al coche por esos carriles sin que este pudiera tocar las
pinzas y, por supuesto, se saliera del circuito efímero.
Al día siguiente, Pablito
copió el juego de su padre, y ya no desplazaba su coche azul de plástico, por
la encimera de la cocina, por las cortinas del salón, ni por encima del sofá.
Ahora, Pablito solo quería construir un circuito más grande con más pinzas, y
con todo lo que encontraba a su alrededor; ovillos de hilo, los colocaba en las
esquina para hacer semáforos, con tiza, llegó a pintar paso para peatones. Ese
ratito de juego que Pablito tuvo con su padre, le abrió la imaginación hasta
tal punto, que su cuarto era una copia de las calles de su barrio. Allí, él
conducía con su dedo índice en el techo del coche azul de plástico, cedía el paso
a los peatones, que eran indios, se paraba en los semáforos, representados por dedales, y cuando se cansaba, estacionaba su vehículo, en un parking
que él mismo se había construido.
Pablito, desde ese día, empezó
a aprender a conducir. Les preguntaba insistentemente a sus padres, qué significaba aquellas señales de tráfico que se encontraba a su paso, ¿el porqué de los colores de los semáforos?, esas líneas pintadas en el suelo de la
carretera. Y así, fue construyendo en su cuarto, calles, carreteras, y ¡ahora!
señales… estaba ávido de adquirir conocimientos, sobre los coches, las motos,
y, sobre todo, ¡cómo se regían! para que todos pudieran compartir la carretera
sin tener que colisionar constantemente con las pinzas de la ropa.
CONCLUSIÓN:
Sin duda, el interés por
aprender de los niños es infinito. Son verdaderas esponjas. Sin duda, por la
parte que me toca, siempre he estado muy interesado por todo lo que tenía que
ver con los coches. Nuevos modelos, nuevas versiones, recuerdo que era muy preguntón:
“¿para qué sirve esta palanca?, ¿dónde está el botón la luces?, ¿cuándo hay que
cambiar de velocidad? Después trasladaba a mi habitación todo lo aprendido
en ese día. Entonces no existía internet, ni los nuevos estudios pedagógicos
actuales.
Sigo pensando, que en las
familias y en las escuelas, nace el germen de la curiosidad de un futuro
conductor, independientemente de cómo vuelen las tecnologías, coches
conectados, híbridos, y por fin autónomos.
No quiero pensar las preguntas
de Pablito o de Carmen a su padre, hoy día o en el futuro, en el interior de un
coche dónde con solo introducir a donde queremos ir el vehículo autónomo nos
lleve. Pero ese por el momento será otro cuento de CIENCIA FICCIÓN.
Ahora, tenemos que despertar a
Pablito, y recordarles que hoy es el momento de poner en práctica todo lo que
aprendió para poder conducir sin producir ningún accidente ni derribar ninguna
pinza de la ropa.
¿Cuántos Pablitos, se quedaron
en el camino?
Colorín colorado, éste cuento
NO HA TERMINADO.
¡De nosotros depende, familia!
Buen fin de semana, y despejar todas las dudas que se les presente a vuestros
hijos, estamos construyendo su futuro.
Pepe Bejarano.