Eran las siete de la mañana cuando sonó la alarma del móvil
que estaba encima de la mesita de noche. Pedro se incorporó con parsimonia y se
dirigió al cuarto de baño para refrescar su rostro con el agua del lavabo.
Levantó la cabeza en dirección al espejo y, haciendo una mueca burlona,
contempló sus desaliñados cabellos. Desperezándose, volvió al dormitorio y
conectó los auriculares al teléfono para escuchar las noticias de la mañana. La
voz aterciopelada de la locutora llegó a sus oídos:
─”Un conductor, con apenas tres meses de carné y
quintuplicando la tasa de alcohol, empotra su coche contra una farola”.
─”Los vuelcos de un coche y un autobús, en sendos
accidentes ocurridos en la SE-30,
provocan tres heridos graves”.
─No tenemos arreglo ─masculló mientras continuaba con el
aseo personal.
Una hora más tarde, Pedro, conduciendo un utilitario gris,
se dirigía a su centro de trabajo. Laura, una compañera de profesión, ocupaba
el asiento del copiloto. La circulación, que era cada vez más densa, mostraba
un plató en el que se escenificaba el transcurrir cotidiano: un lento desfile
de vehículos, un estridente sonido de bocinas, un intercambio de airadas
expresiones:
─¡Será posible, otro semáforo!
─¡Eh!, ¿no ves que ya está en verde?
─¡Menos prisa, hombre!, ¿por qué no te has levantado una
hora antes?
─Parece que son viejos conocidos ─ironizó Pedro.
─Sí, se tratan con mucha confianza ─continuó Laura con una
pincelada de complicidad.
Poco después, cuando
el utilitario gris se detuvo en el semáforo que se encontraba a la
salida de una rotonda, se colocó a su izquierda un vehículo pilotado por un
conductor que, con grandes aspavientos y bajando el cristal, increpó:
─¿Qué pasa, no cedemos el paso?
Pedro, con una pasmosa tranquilidad, dijo al desaforado:
─¡Oiga!, que usted es el que tiene que ceder el paso.
─¡Lo que faltaba!, otro que no sabe circular por las
rotondas.
El iracundo, sin dejar de gesticular y mirando con cara de
desprecio a su interlocutor, rebasó el semáforo en rojo.
─¡Qué energúmeno!
─Tranquila, Laura.
─¡Pero si es que no tiene razón! No sé cómo puedes
mantenerte tan sereno en estas ocasiones.
─Pues verás ─dijo Pedro─, como intento ser un buen
conductor, tengo el deber de conocer y respetar el código de la circulación
vial para conducir de forma segura, y todo me funciona mucho mejor si mantengo
una actitud de permanente equilibrio emocional ante situaciones adversas.
─Es verdad, el equilibrio emocional nos proporciona la
calma y la serenidad que, aderezadas con un entorno cordial y un profuso respeto al medio ambiente, nos
permitirán ir sobre ruedas ─añadió Laura.
Familia: calma, serenidad y saludos cordiales.
Fernando Monge
21/Octubre/2017