EL SEAT 600
El joven camina por la poblada
acera en dirección al concesionario. Un hombre de unos cuarenta años con las
sienes plateadas, traje impecable y corbata ancha con un grueso nudo ajustado
al cuello de su blanca camisa, lo recibe en la amplia puerta acristalada. En el
interior, los vehículos de ocasión están alineados en perfecto orden. Una mezcla
de colores y modelos de distintos tamaños dan al recinto un pulcro y esmerado
aspecto. El corpulento vendedor apoya la mano en el hombro del chico y lo
dirige a un pequeño vehículo de color blanco. Es un utilitario muy sencillo que
apenas supera los tres metros de largo y que pesa alrededor de 600 kilos; tiene
una carrocería de chapa prensada, línea suave y excelente aerodinámica. El
motor está situado tras el eje trasero, la caja de cambios dispone de cuatro
velocidades y la marcha atrás, y la velocidad máxima que refleja el
cuentakilómetros es de 110 km/h. Viene equipado con un espejo retrovisor en el
interior y otro en el lado izquierdo del conductor… Es el Seat 600 que, aunque
de reducido tamaño, se ha convertido en el coche familiar por excelencia de la
época.