EL PELUCO
Descorro la azulada cortina.
Una tenue luz atraviesa las hojas acristaladas… y sigilosa, se instala en la
quejumbrosa salita herida por el frío de la gélida mañana. Las luminosas
farolas esperan la salida del sol para volver a su letargo diurno. Miro a uno y
otro lado, quiero cerciorarme del tiempo que se avecina. Gestiones ineludibles
me obligan a salir a la calle y caminar con las bajas temperaturas del viento
nordeste. Dejo detrás el edificio esquinero, el verde de las hierbas cubiertas
con una fina capa blanquecina, la escarcha en los parabrisas de los coches… En
la concurrida parada del autobús, entre bufandas, gorros de lana, guantes,
botas de piel y chaquetones, un joven muestra ufano la muñeca de su antebrazo a
otro que, con rostro complaciente y una amplia sonrisa, exclama:
—Hablando en caló, ¡qué buen peluco te has comprado!