EVOLUCIÓN
Verano de la década de los 50. A las ocho de la tarde el calor ha amainado y varios niños, de entre cinco y nueve años, juguetean alegres con su blanca pelota de goma en la plaza del pequeño pueblo habitado por unas dos mil personas. El improvisado campo de fútbol se asemeja a un cuadrilátero trapezoidal con solería de cuadritos blancos y anaranjados. Tres bancos de piedra, ubicados en cada uno de los lados más largos de la irregular figura geométrica, sirven de línea de banda, y en los lados más cortos, a los que se sube por dos escalones, están las porterías con sus postes de piedras. Los bancos están ocupados por hombre mayores que conversan y miran las carreras de los pequeños. A un lado de la plaza, una angosta calle no permite más que el paso tranquilo de los transeúntes. Al otro lado, está la calle Ancha por la que transitan los campesinos que vuelven de las tareas agrícolas con sus asnos, sus mulos y sus carros.