sábado, 10 de febrero de 2018

CEDA EL PASO



PANORÁMICAS DE LA VÍA PÚBLICA



El sol comienza a despuntar en una fría mañana de febrero cuando, después de un breve caminar por el suelo arbolado, me dispongo a cruzar el paso de cebra uniéndome a otros peatones. Los vehículos se detienen, pero un turismos de color azul continúa su marcha; el conductor centra la mirada en el teléfono móvil que lleva entre las manos; algunas personas increpan al imprudente, pero él, circulando como un zombi, se aleja. Cruzamos las franjas blancas y negras ─unos presurosos, otros con parsimonia, algunos con dificultad─ que nos llevan al ancho acerado de las viviendas de color beis; la horizontalidad de las cenefas, entre azuladas y verdosas, alteran su sobriedad. Los automóviles que se detuvieron reanudan su marcha.


Antes de bajar a los aparcamientos, me detengo porque un vehículo, con estridente sonido del claxon y superando la velocidad adecuada para el lugar, sube la rampa. Su conductor, sin parar ni un instante, lo sitúa al borde de la calzada a la que se incorpora con temeraria rapidez. Algunos transeúntes se indignan, otros se sorprenden y no faltan los que continúan su camino con indiferencia. Mientras tanto, otro coche llega calmoso a la puerta y muestra con suave lentitud el parachoques, el capó y el parabrisas. Su conductor mira a derecha e izquierda, cede el paso a los que transitan por la acera y se une con prudencia a la circulación rodada. Aprovecho la tranquilidad del momento para bajar hasta las plazas en las que se encuentran estacionados los automóviles.

Atrás quedaron las cocheras y la ancha calle en la que se ubican. Me detengo en el semáforo que da al polideportivo. Algunos vehículos, ignorando el color rojo, se van difuminando en la lejanía. Cruzan los peatones con sus multicolores indumentarias. De la explanada del bar, salen tres automóviles que giran a su derecha; un imprudente, infringiendo las normas de tráfico, gira el suyo a la izquierda y se une, con precipitación y mirada desafiante, a los que han dejado detrás el parque del Tamarguillo. Se abre el semáforo y reanudamos la marcha.

El círculo verde del cruce permite el paso bajo el puente de la autovía que lleva al aeropuerto. Los utilitarios dibujan una línea curva que se dirige a Córdoba, otra casi recta que va camino de Brenes y un meandro que enfila el recorrido hacia el centro de la ciudad. Incorporado en este sinuoso trayecto me sumerjo en la autovía que, tras algunas señales luminosas y glorietas, me deja en el aparcamiento de la estación de Santa Justa ─con su trazado elíptico y sus columnas─; junto a ella, una hilera interminable de taxis espera la llegada de pasajeros;  enfrente, una mole de cemento acristalado alberga la Tesorería; en medio, los vehículos, en su transcurrir por la rotonda, van trazando arcos, circunferencias y espirales…

Este artículo es una visión secuencial de lo que todos los días podemos presenciar en la calle y en la carretera. Hemos visto, en él, que los conductores y los peatones actuamos con prudencia, unas veces; y con ligereza, otras. Menos mal que no todas las imprudencias se pagan, pero que no sirva esto de excusa, y seamos prudentes… Es un sano ejercicio de responsabilidad.

Familia lectora de TODOMOTOR, feliz semana.

Fernando Monge
10/febrero/2018
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